miércoles, 29 de octubre de 2008

ESPLENDOR Y DECADENCIA DE LA SERICULTURA EN LA PALMA (SIGLO XVIII y XIX)

La cría del gusano de seda y la producción textil consecuente fueron actividades que comenzaron en China hacia el año 2700 a.C. Según la leyenda de aquel país, la emperatriz Silico-Ling-Si-Ling-Chi descubrió el prodigio de la seda cuando llevada por la curiosidad logró devanar un capullo silvestre que de modo casual encontró a los pies de un moral en su jardín.
Las técnicas de la sericultura fueron celosamente custodiadas, incluso bajo la amenaza de crueles castigos, hasta la misma muerte, a fin de que pudieran mantenerse los lucrativos beneficios con el monopolio de su exportación.
En tiempo de la dinastía Han (siglos II-III a.C.) se organizaron caravanas que durante cientos de años comunicaban Oriente y Occidente a través de las llamadas Rutas de la Seda.
Pero aquel valioso secreto estaba predestinado a su inexorable extinción. La sericultura pasó a Japón a través de Corea, y la India por medio de una princesa china que escondía huevos de gusano y semillas de moral en su tocado. El contrabando introdujo asimismo esta técnica en Constantinopla hacia el año 522 d.C. a través de dos monjes bernardos que, inducidos por el emperador Justiniano, transportaban huevos en el interior de sus báculos de bambú, y de allí finalmente pasó a Europa hacía el siglo XVI, desarrollándose especialmente en Lyon (Fancia).
En España, se atribuye a los godos la introducción del arte de la seda, aunque fueron los árabes quienes propagaron la técnica por todo su imperio, tomando gran arraigo en Andalucía y Valencia.


LA SEDA. ARTESANIA PALMERA

La seda de La Palma goza de reconocido y merecido prestigio en el ámbito de la artesanía. No en vano, se trata de una tradición secular de gran solera que tuvo sus inicios en La Isla desde los años inmediatos a la Conquista, y que conserva hoy en dia herramientas y métodos que no difieren demasiado a los utilizados hace cinco siglos.
En una Real Provisión de Fernando el Católico de fecha 3 de mayo de 1513 consta que no ha de pagarse diezmo por la seda sino por la hoja de moral.
Pocos años después, en otra Real Provisión expedida por el emperador Carlos I de fecha 22 de noviembre de 1538 dirigida al Gobernador de La Palma a petición del Concejo de la Isla puede leerse: “..en esa dicha isla se a començado a hazer seda porque la experiencia que dello se ha hecho hera muy buena...”.[1]
El esplendor de la sericultura palmera tuvo su momento álgido a lo largo del siglo XVIII, concretamente durante la centuria que abarca los años desde 1680 hasta 1780. Los protocolos notariales, reflejo de la vida diaria, dejan constancia, indirectamente, de la presencia masiva de sederos y talleres, si bien es cierto que estas referencias que hacen alusión al oficio se encuentran, por lo general, en documentos postrimeros respecto a su utilización real, como testamentos, particiones o inventarios post mortem.
A modo de ejemplo cabe citar la partición de bienes practicada el 21 de marzo de 1749 entre los herederos del alférez Bartolomé Hernández Estrella y su mujer Francisca de Paz, vecinos en la calle de la Somada junto al Llano del Convento de San Francisco. En ese documento, protocolizado 74 años después, en 1823[2], se hace relación de “cuatrocientos diez reales que importo el oficio y tienda de sedero que fue de dho alférez”.
También los viajeros que recalaban en los puertos de La Palma, observadores circunstanciales de la realidad isleña, dejaban constancia de esta floreciente industria textil. George Glas comentaba en su obra Descripción de las Islas Canarias 1764 que la Palma exportaba a Tenerife azúcar, almendras, dulces, tablas, brea, seda cruda y orchilla.
Según informe del ingeniero militar don Francisco de Gozar mediado el siglo XVIII: “La isla da bastante seda, y con la que sacan los tejedores de las otras, y principalmente de la Gomera, mantienen un numero de telares, en que fabrican tafetanes muy fuertes que despachaban bien en Tenerife y América”. En efecto, el investigador don Juan Régulo Pérez[3] sostiene que el número de telares existentes en La Palma en 1775 era de 3000, frente a los 44 de Tenerife en 1777, con lo que la producción de la Palma y La Gomera superaba con mucho a la del resto de las islas.


LOS SEDEROS Y SUS TALLERES

El oficio de sedero podría proporcionar pingües beneficios a los artesanos. Buena muestra del progreso adquirido con dicha actividad la evidenciamos en la figura de José Pedrianes. Su esposa Nicolasa Fernández manifiesta en su testamento[4] que pocos bienes llevó la pareja al matrimonio, perdidos en un incendio declarado en su humilde vivienda en el barrio de San Sebastián. Sin embargo, en régimen de gananciales, y producto del trabajo sericultor adquirieron varias casas (todas ellas en el mencionado barrio de San Sebastián), y joyas. Entre sus pertenencias figuran: “...siete telares y demas pertenencias del oficio de sedero como torno, peines y redinas correspondientes...”
El artesano establecía su taller en la casa de su habitación que, por lo general disponía de huerto de regadío anexo. Así, Petra de la Concepción declara en su testamento de 13 de agosto de 1819[5] que su marido José Sánchez aportó al matrimonio “...una caldera de cobre, telar, peyne, redina...y una tela de seda torcida...”, habiendo adquirido en gananciales una “...casa nueva de alto y bajo con su huerta de regadio en esta ciudad...”. Del mismo modo, Antonio Romualdo Sansón Rodríguez, originario de Los Sauces y vecino de la ciudad, detalla por bienes en su disposición testamentaria de 1807[6] “...La casa de alto y bajo de mi habitación con su huerta de hortalizas y arboles situada en esta ciudad que todo linda por delante calle real... Yten el torno, redina, telares, peynes, calderos y demas utensilios propios del oficio de cederia que se halla dentro de la casa...”. También aparece en la partición de bienes por muerte de Antonio Vicente Fernández, sedero, protocolizada en 1840[7] “...una casa de alto y bajo con huerto de regadio, en la calle principal de Santiago, inmediata a la ermita de Sta Catalina...”.
Este último, con anterioridad, había solicitado a tributo en 1790 un cañón de agua para utilizar en su taller que se encontraba en una casa junto a la de su vivienda, manifestando en la correspondiente escritura que:

“...con motibo de ser yo Maestro del Arte de las sedas y tafetanes e comprado inmediata a las casas de mi habitación una cassa terrera a los herederos de Franco Calderon en donde tengo mi tienda del oficio y tengo a mis oficiales en la qual casa se halla un sitio muy propocionado para hacer toda clase de tintas, pero acontece el que como quiera que este Arte de sedas necesita una grande limpiesa con Abundancia de Agua y de esta caresco aquí...”[8]

El cultivo de morales respondía en buena lógica a la comodidad de disponer lo más cerca posible del alimento necesario para el desarrollo de los gusanos, lo que puede deducirse del testamento otorgado en 1733 por Beatriz Camacho[9], viuda de Salvador Francisco, vecina de Breña Baja, en el que declara tener: “...una guerta de tierra con el moral y mas tres ssee de tierra delante de la puerta y mº tanque y un telar...”.
Un taller, por lo general, disponía de varios artesanos especializados. Las tareas de hilar y tejer eran desempeñadas de modo habitual por mujeres; en cambio, el trabajo en el torno era más propio de los hombres. También existía una cierta distinción en cuanto al lugar de trabajo. Los telares proliferaban por doquier en todos los puntos de la Isla pero, mientras que en la capital abundaba más la mano de obra masculina, en los pueblos la tendencia se invertía a favor de las mujeres.


LAS HERRAMIENTAS

La sericultura es una actividad con dos tareas bien diferenciadas: La cría del gusano (Bombyx Mori ) la transformación de la fina fibra en ese tejido de suave tacto, peculiar brillo y extraordinaria textura que es la seda. Respecto a la primera cabe decir que la Isla goza de una clima óptimo y condiciones naturales para dicha cría. Debido a la gran voracidad de los gusanos, la rentabilidad y calidad del producto final pasa por disponer de gran cantidad de morales o moreras cuyas hoyas tiernas constituyen su alimento (para obtener una libra de seda se necesitarían aproximadamente 75 Kg. de hojas frescas). Asimismo se necesitan muchos capullos para rentabilizar el trabajo (al menos 125 para obtener un real en venta de tela durante el siglo XVIII). En cuanto a la segunda, aunque la imagen que suele permanecer en la retina de todo el proceso es la de una persona aplicada pacientemente a su obra tras el rústico telar, la elaboración es mucho más compleja y consta de varias etapas, cada una de las cuales precisa de una herramienta y un trabajo especializado (pueden llegar a contabilizarse hasta 12 operaciones diferentes, con sus respectivos grupos humanos: Torneros, torcedores, tejedores, etc.).
Todo comienza con la recolección de los capullos incubados antes de que tenga lugar la eclosión de la crisálida (aproximadamente 20 días desde su formación). A continuación se introducen en un caldero con agua caliente para reblandecer la sericina (sustancia gominosa) y por medio de una escobilla o rama de brezo se toman los extremos del fino hilo llenando los cañones con ayuda de un huso o redina para realizar el “torcido” que le da más consistencia a la fibra; luego se pasa al torno donde se forman madejas. Esta seda, aún “cruda”, necesita un tratamiento de cocido con agua jabonosa que elimine completamente la sericina y le proporcione suavidad, brillo y flexibilidad. Entre los tintes naturales más utilizados se encontraban los de la cochinilla y la cáscara de almendra. Por último los hilos pasan a la urdimbre y luego al telar que forma la trama final del tejido.
En la ya comentada partición de bienes al fallecimiento de Antonio Vicente Fernández[10], además de diversos libros de cuyos títulos pueden intuirse contenidos relativos a su oficio (“curiosidades de la Naturaleza”, “Arte de fundiciones”, Reflexiones sobre la Naturaleza”) son inventariadas con su correspondiente aprecio, las herramientas de su taller: Un torno de torcer seda (35 pesos), dos redinas con sus bancas (14 pesos), un urdidor con su trascañadera[11] (12 pesos), tres telares de sedería (30 pesos), dos cabrías de plegar (2 pesos), un rastrillo de hueso (5 pesos), varios calderos, dos peines de sedería (4 pesos), cinco peines de sedería (10 pesos).
Era habitual que el propio artesano fuese vendedor del producto manufacturado[12]. Asi, en la partición hecha por los herederos de Miguel Agustín de Torres el 18 de noviembre de 1825[13] se hace relación de las siguiente herramientas que se encuentran en la tienda y casa de su habitación en San Telmo: Un torno de hacer madejas (2 pesos), un torno de hilar seda y caldera de plomo (17 pesos y 4 reales de plata), calderos, dos cuartos de tinta de sedero, un peine de cedro (4 pesos) y un telar.
La seda era un artículo de exportación, pero también de consumo local, como se pone de manifiesto con la presencia de tafetanes, brocateles, damascos, pañuelos y medias de “seda de la tierra” en cartas dotales, inventarios y particiones post mortem.

EL RELEVO GENERACIONAL

La destreza necesaria para la fabricación de telas se alcanzaba tras varios años de práctica, lo cual obligaba a que la contratación de aprendices se efectuase a una edad temprana, pero también era el oficio artesano de sedero una tradición familiar transmitible de padres a hijos. Por ello, además del aprendizaje se incluía el posterior legado de todas las herramientas, procurando así garantizar el relevo generacional. Así, María Fernández, mujer de Antonio Rodríguez, vecino de la ciudad, declara en su testamento de 1737[14]:

“...yo y mi marido dimos a Santhiago nro. Hijo que costeamos el oficio de sedero de telares, torno, redina, con todos sus abios, una caldera y un caldero que costaron 50 pesos, 27 libras de seda a 24 rrs la libra...”

Igualmente, Tomás de Morales, oriundo de La Orotava y vecino de la ciudad, manifiesta en su testamento de 1760[15]:

“...después de fallecida mi mujer a Jph mi hijo en esta Ysla pª que buscase su vida le di todo lo necesario que avia menester pª el oficio de sedero asi telar, peine, torno y redina con mas dies [ ) de seda pª su beneficio...”

LA DECADENCIA

Desde finales del siglo XVIII la fábrica de seda había sufrido una progresiva, drástica e irreversible merma que no logró detenerse ni siquiera con la intervención de la Sociedad Económica de Amigos del País, siendo infructuosas sus iniciativas. Tanto es así que en el primer cuarto del siglo XIX la producción había sufrido un retroceso del 70%. El doctor José Viera y Clavijo en su obra Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias[16] reconocía entre los motivos una cierta desidia a pesar de las magníficas condiciones naturales para la cría del gusano de seda (o bicho de seda):

“...Ojalá que nuestros paisanos, conociendo bien el rico ramo de comercio y de industria que les está ofreciendo la seda en la temperie benigna de estas islas se aplicasen con el debido ardor a la cría de gusanos y plantío de morales. Todavía La Palma, donde esta cría y las manufacturas de seda más se han adelantado, no llega su cosecha anual a diez mil libras...”

Para el comisionado por el Gobierno Francisco Escolar Serrano que realizó estadísticas en las Islas Canarias, reflejadas en su obra Estadística de las Islas Canarias entre 1793 y 1806, la causa de la decadencia era el progresivo uso que los isleños hacían del algodón.
Según Pascual Madoz en su diccionario geográfico-estadístico-histórico (1849)[17], a pesar de la calidad textil, semejante a la seda procedente de las mejores fábricas europeas, la competencia resultaba muy difícil debido a la carestía que suponía la mano de obra. No obstante, aún entre 1844 y 1845 la seda torcida figuraba entre los productos principales de exportación a la Península[18].
La propagación durante el siglo XIX (1859) de una enfermedad conocida por pebrina, que afectaba al gusano, causó grandes estragos en la sericultura europea, lo que convirtió a las islas en una especie de reducto de salubridad. La prensa palmera de 1867 se hacía eco de la siguiente noticia:

“...la enfermedad llamada gatina [sic) que tanto daño causa a los gusanos ha hecho que las fábricas extranjeras fijen su atención en nuestra isla. De aquí que el establecimiento en ella de una máquina de vapor para el hilado de la seda y la exportación del capullo que se viene haciendo...”[19]

En efecto, mediada la centuria decimonónica se tenía la conciencia de que era necesario introducir nuevas técnicas que incentivasen y mejorasen la producción. Es así que el economista Don Benigno Carballo Wangüemert en su obra Las Afortunadas. Viaje descriptivo a las Islas Canarias de 1862 proponía nuevos aires para la sericultura:

“...el gusano de seda cría por el sistema primitivo, y la seda se saca limpia y tuerce según procedimientos antiguos...En cuanto a la fabricación de la seda, debo decir que se resiente del mismo defecto. Lo que se fabrica en La Palma es de superior calidad; pero el sistema de telares, la tintorería, los procedimientos necesitan reforma y con esta reforma, acreditada la fabricación, pudiera ser también origen de prosperidad...”

En 1866 don Blas Carrillo Batista, don Félix Laremuth y Hulm, vicecónsul de Gran Bretaña y don Augusto Gachón Teulón, comerciante francés, crearon una sociedad colectiva mercantil bajo el nombre de “Blas Carrillo y Compañía” que, según el documento fundacional, tenía por objeto la compra y venta de capullos y sedas en esta provincia, hilanza de primera y exportación de ambos géneros[20]. Las técnicas mecánicas y la forma de organizar el trabajo eran propias de la Revolución Industrial, cuya mentalidad era contrapuesta al antiguo trabajo artesanal en aras de un mayor rendimiento.
La sofisticada maquinaria que había sido traída a la Isla desde Francia por don Augusto Gachón y don Scipión Martín, fue instalada en el exconvento de Santo Domingo, adquirido con anterioridad por el propio don Blas Carrillo. Según informe de la Sociedad de Amigos del País, el número de operarios era de 35 personas, cobrando las hilanderas un salario que correspondía al doble del habitual en trabajos desempeñados por mujeres[21].
Ocho años más tarde, en 1873 fue disuelta la sociedad[22].
Como muestra del declive ya apuntado, reproducimos un fragmento escrito por la inglesa Olivia M. Stone de su obra Tenerife y sus seis satélites, publicada en Londres en 1887, en que dice:

“...Saliendo de San Salvador, fuimos a ver el telar de seda más antiguo que queda en la isla. La Palma solía ser famosa por su artesanía de seda pero en la actualidad existen pocos telares, ya que la importación de seda confeccionada a máquina en Europa ha reemplazado la producción de los telares manuales de la Isla. Cuando visitamos este telar estaban tejiendo una bufanda o fajín de seda de doce pulgadas y medio de ancho. Los fajines tienen cuatro yardas de largo y el precio varía entre dos y cuatro dólares cada uno. El que estaba en el telar tenía un tono magenta, un color nada atractivo a nuestros ojos. Era imposible conseguir colores rojo o escarlata puro...”[23]

La sericultura palmera, protegida por orden de 1984 del Ministerio de Industria y Energía, en una especie de regresión al pasado, subsiste aún en el municipio de El Paso[24], utilizándose métodos y herramientas artesanales para la elaboración de seda natural con un patente sello de calidad, avalado por la historia y la tradición.


NOTAS


[1] RÉGULO PÉREZ, Juan: La Laguna y la sericultura canaria, La Laguna, Ayuntamiento, 1976, p. 33.
[2] Archivo de Protocolos Notariales de La Palma (en adelante A.P.N.P.), José Manuel Salazar, 14 de febrero de 1823.
[3] RÉGULO PÉREZ, Juan, op. cit.
[4] A.P.N.P. Francisco Mariano López Abreu, 13 de enero de 1782.
[5] A.P.N.P. José Manuel Salazar, 24 de enero de 1824.
[6] A.P.N.P. Felipe Rodríguez de León, 1 de abril de 1807.
[7] A.P.N.P. Antonio López Monteverde, 2 de julio de 1840.
[8] A.P.N.P. Bernardo José Romero, 23 de noviembre de 1790.
[9] A.P.N.P. Antonio Vázquez, 12 de noviembre de 1733.
[10] Cfr. Not. 7
[11] En Valencia, se utiliza el término trescanar para designar la operación de limpiar, separando, copos, nudos, etc.
[12] Cfr. Not. 2.
[13] A.P.N.P. Manuel del Castillo Espinosa, 8 de julio de 1833.
[14] A.P.N.P. Andrés de Huerta Perdomo, 27 de agosto de 1737.
[15] A.P.N.P. Pedro de Escobar y Vázquez, 21 de octubre de 1760.
[16] VIERA Y CLAVIJO, José: Diccionario Natural de las Islas Canarias.
[17] MADOZ, Pascual: Diccionario geográfico-estadístico-histórico de Canarias, Valladolid, Ámbito ediciones, 1986.
[18] Ibídem.
[19] HEMEROTECA LA COSMOLÓGICA: “Gusano de seda”, en El Time, 15 de junio de 1867.
[20] A.P.N.P. Antonio López Monteverde, 3 de octubre de 1866.
[21] PAZ SÁNCHEZ, Manuel: Los “Amigos del País” de La Palma, Santa Cruz de Tenerife, Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma, 1981, pp. 46-48.
[22] GONZÁLEZ GONZÁLEZ, Germán: “Cronología comentada de don Blas Carrillo Batista (1822-1888)”, en Aritmética de Niños, Santa Cruz de la Palma, 2003, pp. 67-73.
[23] STONE, Olivia M.: Tenerife y sus seis satélites, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo de Gran Canaria, 1995, vol I. P. 338.
[24] MARTÍNEZ HERNÁNDEZ, Braulio: “La Seda de El Paso”, en La Graja. Revista Cultural Palmera nº 4, primavera 1990, pp.: 18-19.

ANTIGUOS MAYORAZGOS EN VELHOCO (LA PALMA): LAS ERMITAS DE SAN VICENTE FERRER Y NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD EN SUS HACIENDAS


Escudo heráldico de don Miguel de Abreu


Los mayorazgos fueron instituciones típicas del derecho civil, dirigidas a la conservación de grandes propiedades vinculadas a la perpetuidad y lustre de un apellido familiar, con ciertas condiciones sucesorias previstas en el documento fundacional, que tuvieron plena vigencia durante el Antiguo Régimen hasta su abolición legislativa mediado el siglo xix.
Presentamos en estas líneas dos mayorazgos, distantes en el tiempo pero cercanos geográficamente (Velhoco); ambos con ciertas similitudes, entre las que cabe citarse su facultad Real y la inclusión de sendas ermitas cuyos respectivos promotores pertenecían al estamento militar.
Se trata de un trabajo cuya única pretensión es la de ampliar conocimientos sobre aspectos de los que ya otros autores se han ocupado con anterioridad[1]. Véase —en consecuencia— como lo que en realidad es: una pieza más en un inmenso y complejo puzzle, un cromo coloreado en ese álbum siempre incompleto que es la historia de los hombres y las mujeres, de sus actos y de sus obras.


LAS TIERRAS DE VELHOCO Y LA HACIENDA DE SAN VICENTE

A principios del siglo xvi se estableció en La Palma el flamenco Jácome de Monteverde (1472-1531) con su esposa, Margarita Pruss, acumulando cuantiosas propiedades fruto del comercio azucarero, entre ellas, las haciendas de Argual y Tazacorte y las tierras de Velhoco.
Se cuenta que en 1524 se dirigía Jácome de Monteverde hacia su heredamiento de Velhoco, cabalgando en compañía del bachiller Diego de Funes «cuesta arriba viendo la mar y a la altura que la tierra hazía», cuando éste último exclamó ante la belleza del paisaje: «en un principio Dios creó el cielo y la tierra», a lo que Jácome respondió espontáneamente para su infortunio: «¿Quién lo vio?». Éste y otros comentarios similares, además de su relación con extranjeros a los que recibía en su casa, y su escepticismo sobre las indulgencias, la castidad de los clérigos, el valor de los sacramentos o la santificación de las fiestas[2], le colocaron en situación de sospecha ante la Inquisición, siendo finalmente acusado y procesado por el santo tribunal el 9 de abril de 1530.
A su muerte, acaecida en 1531, quedaba indivisa una de las más vastas fortunas unipersonales de su tiempo, que fue objeto de partición entre sus hijos y herederos en 1557: don Melchor, don Diego, don Juan, don Miguel y doña Ana, aunque con anterioridad ya los propios hermanos hubiesen hecho traspasos de sus legítimas, como se deduce de la ratificación de venta efectuada el 13 de enero de 1554 por importe 300.000 maravedíes que don Juan de Monteverde hace a don Diego de Monteverde, su hermano, de su quinta parte, en la que se describe de manera extensa la propiedad de viñas de Velhoco y sus linderos, tanto del camino hacia arriba como del camino hacia abajo:

«con todo el arbolado de agro y de otros frutales de cualquier suerte que en dichas viñas estaban plantadas; las casas bajas y dobladas, así de aposento como de bodegas, casas de gente del servicio de las heredades, de piedra, barro y teja, como casas pajizas y de otros cualesquier edificio que allí estuviesen; los lagares, tinas y aparejos de ellos, de los cascos, pipas, botas, toneles, cuartos, barriles y otras cualesquier vasijas y herramientas así para labor como para el servicio de las viñas, una bestia asnal que la heredad se servía, 4 esclavos negros, Lucas, Miguel, Bartolomé y Rafael, de 35 o 40 años, quienes en dicho tiempo servían en la heredad. Todo ello lindante por una parte con viñas de Gonzalo Rodríguez de la Somada y de la mujer e hijos de Gonzalo Pérez, regidor, y con viña y tierras de Diego García, asimismo regidor, difuntos; por la otra parte con viña que dicen de los herederos de Anrique Alvarez de Fuentes, y viña y tierras de Diego de la Calzada, tonelero, por arriba con la sierra y la cumbre mas alta, y por abajo con el camino real que va a Buenavista por Velhoco, al término que dicen de las viñas, derecho a El Río. El pedazo de viña que está de este camino para abajo, tiene por linderos de la parte de arriba el camino y de abajo la corriente del agua del barranco de Juan Mayor, por un lado viña del bachiller Pedro Espino y por el otro lado el referido barranco y frontero de los riscos de la viña de Diego Sánchez de Ortega, que fue de Francisco de Mesa, como las tierras y Cuevas que están debajo de estos linderos, así aprovechadas como por aprovechar»[3].

Se comienza a producir en ese momento una progresiva fragmentación de la hacienda, sólo mitigada por la acción aglutinante de los mayorazgos, con lo que nos referiremos sólo a la parcela bien definida por la construcción de la ermita de San Vicente en 1723. Así, en el inventario de bienes practicado en las casas de doña Ana Espino Moreno[4] (1576-1640), viuda del capitán don Melchor de Monteverde, entre las propiedades, se encuentra:

«Una heredad de biña con sus casas lagar y tanque en el termino de beljoco que son bienes dotales de la dha doña ana espino moreno, y linda por una parte con biña del cappan don diego veles de ontanilla y por otra parte con viña del me de campo nicolas massieu y los herederos de blas lorenço y por arriba biña de doña maria de Liaño y por abajo Camino Real»[5].

Doña María de Monteverde, hija menor de don Melchor de Monteverde y doña Ana Espino Moreno, casó en Santa Cruz de La Palma el 25 de septiembre de 1629 con don Santiago Fierro Bustamante[6], natural de Medina del Rioseco (Soria), de cuyo matrimonio sólo procreó un hijo: don Juan Fierro Monteverde (1630-1694), pues problemas posteriores al parto derivaron en un fatal desenlace de la joven madre. Don Santiago Fierro, viudo, retornó a tierras peninsulares donde contrajo nuevas nupcias con doña Isabel de Ozaeta, hija del contador Juan López de Ozaeta[7], mientras que el pequeño Juan fue amparado por su abuela, doña Ana Espino —bajo la tutela y curaduría de Jácome de Brier—, hasta la muerte de aquella en 1640, recibiendo en herencia la hacienda de Velhoco a la que profesaba especial cariño. Según relataba don Santiago Fierro en su testamento (1648), refiriéndose a su hijo adolescente: «esta goçando la haçienda que eredo de sus aguelos y la que yo tengo en la dha Ysla»[8].
Al paso de los años, el capitán don Juan Fierro Monteverde —que había heredado el oficio de regidor perpetuo de su padre— y su esposa doña Tomasa de Espinosa Boot y Valle, instituyen un mayorazgo con facultad real sellada en Madrid el 15 de noviembre de 1671 en el que se incluía:

«una propiedad de viñas y Malvaçia y tierras de pan sembrar en el termino de beljoco con cassas lagar y tanque que io el dho Dn Juan Fierro herede de Doña Ana Espino mi abuela y linda por arriva tierras del capitan y sargento mayor Don Juan Velez de Ontanilla que dizen de Cubilla, por avajo Camino Real que ba para el barranco de las Nieves, por un lado propiedad de viñas y tierras de Don Nicolas de Sotomayor Topete Regidor de esta Ysla y por el otro viña y tierras de Don Nicolas Massieu de Vandala y Rants, y viña y tierras de Margarita franca viuda de Julian Felipe»[9].

En el mismo documento se impone que los sucesores han de llevar los primeros apellidos de los fundadores: «Fierro» y «Espinosa», y traer las armas derechas del «primero del apellido fierro y aiendo las armas qe le corresponden en el mas perminente lugar y despues del apellido de Espinosa».
Se observa en las descripciones del siglo xvii la importancia del cultivo de las viñas en la época de su máximo esplendor, no en vano era ésta una de las comarcas de mayor tradición vitivinícola.
El mayorazgo recayó en don Francisco Ignacio Fierro Monteverde, que incrementó con nuevas adquisiciones su rico patrimonio personal y familiar[10], erigiendo, como veremos, una ermita a la advocación de San Vicente Ferrer que, en adelante daría nombre a la hacienda de Velhoco.
Una vez promulgadas las leyes que dejaban sin efecto los mayorazgos y vínculos, el último de los poseedores fue don José María Fierro y Fierro de Espinosa Boot Santa Cruz Torres y Silva[11], capitán de milicias y alcaide del castillo principal de Santa Catalina y Diputado Provincial. Nació en Santa Cruz de la Palma el 20 de febrero de 1791 y falleció en la misma ciudad el 22 de junio de 1876, aunque residió durante varios años en Santa Cruz de Tenerife. Como poseedor del vínculo era asimismo Patrono de la ermita, si bien no ejercía, por lo general, el cargo a título personal, sino a través de su apoderado, don Nicolás Molina Fierro, su primo, que le representaba en los asuntos de La Palma.
A su muerte la hacienda de San Vicente fue adjudicada a sus hijas doña Luisa y doña Josefa Fierro Vandewalle, en partición aprobada por la autoridad judicial ante el notario don Manuel de las Casas Bethencourt en Santa Cruz de Tenerife por auto de 5 de diciembre de 1881 y protocolizada en La Palma ante el notario don Mechor Torres Luján un día después.
Las mencionadas sus hijas doña Luisa y doña Josefa Fierro Vandewalle, esta última esposa de don Luis Vandewalle y Quintana, marqués de Guisla, su primo hermano, (domiciliados todos en Santa Cruz de la Palma en la calle de Santiago nº 2), deciden vender en 1890, con pacto de retroventa, la finca a don Antonio Díaz González, labrador, procedente de Puntallana quién, habiendo hecho fortuna en Artemisa (Cuba), decide establecerse en «Las Tierritas» (Velhoco), en precio de 12.000 pesetas.[12] En la escritura se hace constar que la finca rústica se encuentra gravada con una hipoteca de 10.000 pesetas a favor de la sociedad regular colectiva «Viuda e Hijos de Juan Yanes», y que, tal como estableció el fundador, la ermita de San Vicente «como lugar religioso y dedicado al culto, no se entiende ni se comprende enajenada».
Dos años después, el 8 de febrero de 1892, ante don Cristóbal García Carrillo, el comprador vende la misma finca a don Luis Vandewalle Quintana en 12.500 pesetas, especificándose en el documento que no se ha ejecutado el pacto de retroventa. El día siguiente, ante el mismo notario, don Luis Vandewalle Quintana, vuelve a vender la finca a don Felipe de la Cruz Rodríguez, vecino de Breña Baja en 14.410 pesetas, con ciertas condiciones, entre ellas, que el comprador no entraría en la posesión y disfrute de la misma hasta el día 10 de febrero de 1893, algo que ni si quiera tuvo la ocasión de suceder, pues don Felipe de la Cruz, por escritura ante don Manuel Calero Rodríguez (28 de julio de 1892), manifiesta ser:

«dueño de una hacienda de pan sembrar y arboles llamada de San Vicente que mide veinte y una fanegadas y cinco almudes y tres brazas, o sean cinco hectáreas, cuarenta y dos áreas y treinta y seis centiáreas, situada en el pago de Veloco, termino municipal de esta ciudad, contiene una ermita dedicada a San Vicente que da nombre a esta finca y una casa de dos pisos, y linda por Norte barranquera que la separa de tierra de don Juan Hernández García, Don Miguel Francisco Martín y otros, por Sur con barranco de los Espinos, por el Naciente con cima de riscos altos que sirven de limite a una propiedad de Don Pablo Guerra Brito y por el poniente con camino público».

Y, por tanto, don Felipe, en tal condición de dueño, vende finalmente la propiedad a don Antonio Díaz González, en la misma cantidad en que él la había comprado (14.410 pesetas).


LA ERMITA DE SAN VICENTE FERRER Y SU FUNDADOR

Don Francisco Ignacio Fierro Monteverde, sargento mayor y familiar del Santo Oficio. (1669-1748) nació en Santa Cruz de La Palma el 21 de mayo de 1669, hijo del capitán don Juan Fierro Monteverde, regidor perpetuo, del que hemos hablado, y de doña Tomasa de Espinosa Boot y Valle.
En su juventud cursó estudios en la Universidad de Salamanca, como se deduce del testamento de sus padres en el que éstos declaran:

«aver despachado al dho Frco Ignacio Fierro y Espinosa nuestro hijo a mas tiempo de tres años para que pasase a sus estudios en la Universidad de Salamanca, y en el dinero que llevo quando hizo el viaje, y el que se le ha remitido despues con los intereses de las letras le emos asistido con diez y nueve mil Rs de plata corriente hasta aquí, mandamos que de esta cantidad y de la demas que le remitiremos para acabar sus estudios en dha Universidad y asimismo de pasante en Madrid no se le haga cargo por quenta de sus legitimas y herencias que de nuestros bienes a de aver»[13].

Casó con doña Luisa Antonia de Torres y Santa Cruz, hija del sargento mayor don Cristóbal de Torres Ayala y doña Luisa de Silva y Santa Cruz, pese a no contar con el beneplácito de los familiares[14], presumiblemente debido a las grandes diferencias económicas que les separaban. De su matrimonio tuvieron por hijos al sargento mayor don José Gabriel Fierro y Torres, el doctor don Juan Fierro y Torres, el doctor don Cristóbal Fierro y Torres, don Santiago Fierro y Torres y doña Mariana Fierro y Torres.
Don Francisco Ignacio Fierro logró reunir, por compras anexas, una gran propiedad en Breña Baja en la que hizo construir una magnífica casona, devastada por un incendio en fechas recientes. Testó el ínclito el día 3 de noviembre de 1748 ante Andrés de Huerta Perdomo y sus herederos practicaron una partición el 24 de diciembre de 1778, siendo protocolizada ante Bernardo José Romero el 27 de agosto de 1779.

Habiendo determinado erigir una ermita[15] en su hacienda de Velhoco, el sargento mayor don Francisco Ignacio Fierro y Monteverde solicitó la pertinente licencia a la autoridad eclesiástica, que le fue concedida por el Iltmo. Sr. Obispo de Canaria don Lucas Conejero de Molina con fecha 23 de octubre de 1722. Por escritura otorgada en Santa Cruz de la Palma el 3 de julio de 1723 se obliga por sí y por quien sucediere en el Patronato de la ermita y posesión de la heredad, a mantenerla reparada y con la decencia necesaria para celebrar en ella el sacrificio de la Santa Misa. En el documento se alude a que la obra se encuentra finalizada y presta para ser bendecida, hecho que aconteció el 14 de julio de 1723, coincidiendo con la primera visita efectuada por don Mateo Fernández de la Cruz Piñero, Beneficiado de la Parroquia de El Salvador de la ciudad y Vicario de la Isla, quien bendijo el templo entronizándose en esa fecha la imagen titular.
En su testamento otorgado en 1748[16], el fundador declara «...q en la Hacienda de Veloco vinculada emos plantado toda la viña de Malvª q oy tiene, cercandola y aparedonandola, reedificando y hecho de nuevo, en la mayor parte la lossa de la vivienda y fabricado desde simientos una Hermita dedicada a nro. Gran Patrono Sn Viçente Ferrer con sacristia y Gabinete y todo lo neceçario para el culto divino...». Asimismo, por este instrumento, cede la ermita a la Parroquia en los siguientes términos: «...y pr çeder dha Hermita y obra en beneficio común de aquel Pueblo y genl deboçion de muchos q viçitan al glorioso Sto en ella; emos hecho dictamen y orden q pr esta rason no se le cargue cosa alguna...».

La construcción, hoy en día totalmente desvinculada del que fue su bellísimo y rústico entorno, es sobria y austera, con muros de mampostería, techumbre con estructura de par y nudillo y cubierta a tres aguas. La fachada es simétrica, siguiendo el canon arquitectónico de las ermitas palmeras: puerta con arco de medio punto sobre la que se sitúa un balcón al que se accede desde el coro (construido en 1866 por suscripción vecinal) y pequeña espadaña en el vértice superior con un solo vano[17]. El interior cuenta con dos altares: el mayor con retablo que data de la segunda mitad del siglo xviii, y el del evangelio, con talla neoclásica que representa la Virgen del Pino, de mediados del siglo xix y origen catalán[18].

EL SANTO Y LA FIESTA

Todo indica que la primitiva talla de San Vicente Ferrer que antaño presidió la ermita de Velhoco, se trasladó a la iglesia de Nuestra Señora de la Luz y San Telmo, siendo con fecha ignorada sustituida en su lugar de origen por otra talla homónima, que se custodiaba en el Convento de Santo Domingo de Santa Cruz de La Palma, atribuida por sus características a Fr. Marcos Guillén, oriundo de Teguise, autor de varias tallas alusivas al santo, y que trabajó en la Palma durante los primeros años del siglo xviii[19]. La imagen del santo luce sus mejores galas durante las fiestas a celebrar cada año el último domingo de agosto, destacando entre sus ornamentos el magnífico rosario con cuentas de ébano engarzadas en oro y esmaltes, donación de doña Dolores Vandewalle y Fierro (Fundadora del Convento del Cister en 1946, y tataranieta del fundador de la ermita) en 1920, siendo rector del Santuario Insular don Crispín de Paz y Morales[20]. Sobre los enseres del templo remitimos al capítulo iv publicado por la «Patrulla Misión Rescate» en 1981[21].
La transformación del entorno de la ermita ha despojado a la fiesta de su antiguo sabor rural; una mezcolanza de colores, sonidos, olores y sensaciones que ya no es posible recuperar. La celebración era recibida cada año como un broche final al calendario lúdico estival, como uno de los últimos puntos de encuentro entre los vecinos del barrio —protagonistas activos en la organización de los festejos desde tiempo inmemorial— y los veraneantes habituales y ocasionales que ya por esas fechas comenzaban a dispersarse siguiendo la costumbre de todos los años.
Nos parece ilustrativo un programa correspondiente al verano de 1955[22] —una de las décadas de mayor esplendor— que adjuntamos como buen ejemplo:

Día 27 a las 12 de la mañana, descarga de voladores y repique de campanas.
A las 7 de la tarde gran porfía de versadotes cubanos.
A las 10 de la noche, grandiosa quema de fuegos naturales y cabalgata
Día 28 a las 5 de la mañana, alegre diana.
A las 11, solemne función religiosa con procesión por los sitios de costumbre.
A las 3 de la tarde Gran Luchada Canaria entre los Pollos de Velhoco y Dehesa.
A las 4, juego de sartén.
A las 5´30 carrera de sortija con premio al vencedor.
A las 6´30 solemne novena con sermón y procesión. Terminado este acto se procederá a la quema de fuegos artificiales.
A las 10 de la noche, Gran Verbena en las terrazas de «“El Lorito».
Todos estos actos serán amenizados por la orquesta Gómez.
Durante estos días habrá en los mesones el gran vino y la carne de «turre».


LA HACIENDA DE DON MIGUEL DE ABREU Y REXE Y LA ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD


Otro de los grandes mayorazgos que incluían tierras de Velhoco fue el promovido por don Miguel de Abreu y Rexe[23], gobernador de armas de La Palma y Familiar del Santo Oficio (1633-1701), hijo de Miguel de Abreu[24], regidor y de Francisca Rexe Gorbalán.

Con anterioridad, la fundación de la ermita de Nuestra Señora de la Soledad había tenido lugar el 22 de enero de 1676 con licencia concedida el 24 de enero de ese mismo año por el Iltmo. Sr. don Bartolomé García Jiménez.
Sorprende —por lo inhabitual— el dilatado periodo que transcurrió hasta que la obra fue culminada. María Rexe, hija de Domingo Hernández «dedos pegados» y de María Rexe, que disfrutaba de una propiedad en Velhoco, en las inmediaciones de la ermita, decide establecer en su testamento de 1689[25] una capellanía de 20 misas en domingos y días festivos y «en el interin que no se fabricare dha hermita si llegare el casso de ser de servir antes la dha capellania se diran las misas en cualquier yglesia»[26]. La hacienda de don Miguel de Abreu «de viña y arboles con su casa sobradada y lagar»[27], libre de obligaciones y tributos, se hallaba situada en un lugar montuoso, en una encrucijada de caminos reales.
Concluida la obra del pequeño santuario se bendijo con la solemnidad acostumbrada el 2 de octubre de 1690, siendo dotado para su mantenimiento el 25 de junio de 1691 ante Andrés de Huerta, escribano público. En esta ocasión no se estipulaba una cantidad monetaria fija para sufragar los gastos de reparos y ornato sino que el fundador (y los sucesores del vínculo que pretendía fundar) hipotecaba la propia hacienda a este propósito.
Finalmente, el templo es visitado por el vicario general de la Isla, don Juan Bautista Poggio Monteverde el 2 de julio de 1691 con facultad para celebrar misa desde esa fecha[28].
Habiendo fallecido su hijo mayor, don Miguel Ventura Abreu y Rexe, sin sucesión, poco tiempo después, en 1694, el fundador establece un mayorazgo, con facultad Real que le había sido otorgada por el monarca Carlos II, dada en Madrid el 18 de septiembre de 1684[29]. En este instrumento se incluyen las casas principales en la ciudad:

«que fueron del capitan Francisco Rexe Corvalan familiar del Santo Oficio y Regidor que fue desta Ysla, y de Dª Beatris de Brito y Lugo, nuestros abuelos. Y yo el dho Maestre de Campo D. Miguel de Abreu Rexe las herede de los susodhos y por legado de dª Margarita Rexe de Brito y las que compre a Ines de Jesus, hija de Andres de Armas, escribano, que estan unidas en la calle de la Somada y cerca del tanquillo que llaman del Concejo y lindan por delante la dha calle que va al convento de San Francisco y por detrás la Marina, y por un lado casa de Julio Piñero y por el otro de Juº de Acosta mareante».

También forman parte de este vínculo la «hazienda de malvasia y vidueño y tierras de sembrar centeno en el pago de Breña baja con sus cassas y dos tanques y un lagar y parte de madera para otro que es viga y dornaxo y piedra de lagar», el oficio de regidor perpetuo heredado de su padre, una celda en el convento de Santa Águeda, el escudo heráldico de la familia, «Una escopeta que me dexo a mi el dho D. Miguel de Abreu mi Primo D. Phelipe rexe hecha en Madrid por Juan Velen armero de su magestad con el grano de oro y las miras de plata», «Dos pistolas barçelonesas granadas las caxas», y varias piezas de exquisito mobiliario.

Asimismo se incluyó en el mayorazgo:

«la hazienda que yo el dho maestre de campo Don Miguel de Abreu tengo en el pago de Belhoco donde hemos fabricado una hermita del titulo de nuestra señora de la soledad de que soy Patrono y linda la dha hazienda por arriba el monte y por un lado pomar de los herederos de Bartholome rodrigues el pajaro y el otro lado Camino real hasta llegar a la dha Hermita y hazienda del capitan Don Domingo Lorenço Monteverde que fue de doña maria Salgado queremos que el patronazgo sea de los subsesores de este Mayorazgo en condicion que todos nuestros descendientes legitimos de legitimo matrimonio puedan llevar asiento propio assi hombres como mugeres dexando al Patrono la primasia que le toca y a su muger en el lugar».

La ermita debió caer, con el paso del tiempo, en el más absoluto abandono y pocas noticias se pueden obtener de su discreta y efímera existencia. En la visita de 1718, el doctor don José de Tovar y Sotelo, deja constancia de que aún se encontraba en buen estado:

«en donde llaman Belhoco a distancia de (…) de medio quarto de legua â la parte opuesta, ây otra hermita de Nrâ Sra de la Soledad en hazienda del vinculo q fundo el Mrő de Campo Dn Miguel de Abreu, cuyo poseedor esta obligado a los ornamentos y reparos de q por aőra no tiene alguna neçesidad y esta deçente. Sirvese en ella una memoria de missas en las festividades de Nrâ Sra y esta cumplida»[30].

Pero sesenta años después, en la visita de 1778 efectuada por don Domingo Alfaro de Franchy, la ermita aparece como «enteramente arruinada» por lo que el administrador de la hacienda, don Nicolás Massieu Salgado, recibe el mandato —al parecer no ejecutado— de reedificarla.


NOTAS


[1] Durante los años 70 del siglo xx, la Patrulla Misión Rescate, dirigida por el párroco don Pedro Manuel Francisco de las Casas, desarrolló una magnífica labor de investigación, pionera en aquellos tiempos, rescatando documentos de Archivo, entre los que merecen citarse aquellos relativos a la fundación de las ermitas de San Vicente Ferrer y Nuestra Señora de la Soledad, ambas en Velhoco. Poco podría añadirse sobre aquellos magníficos trabajos que mostraban toda la ilusión con la que entonces fueron realizados, y la preocupación por el deterioro de los entornos. No obstante, nos parece oportuno aportar algunas notas sobre la evolución de la propiedad de las haciendas, al objeto de ofrecer un complemento y dibujar una visión más amplia de la realidad.
[2] Rumeu de Armas, Antonio. «Don Juan de Monteverde, capitán general de la isla de La Palma». El Museo Canario, nº 19 (1946), págs. 3-16.
[3] Hernández Martín, Luís Agustín. Protocolos de Domingo Pérez, escribano público de La Palma (1554-1556). Santa Cruz de La Palma, Caja General de Ahorros de Canarias, 2000, págs. 81-83.
[4] Descendiente de Baltasar de Espino El Viejo, conquistador (cfr. Fernández de Bethencourt, Francisco. Nobiliario de Canarias, tomo II. La Laguna: Juan Régulo editor, 1952-1967, pág. 499).
[5] A[rchivo] G[eneral de la] P[alma] / [Fondo] P[rotocolos] N[otariales]. Andrés de Chávez, 6 de octubre de 1640.
[6] Hijo de Diego Fierro Ponte, natural de Salas (Asturias) y de María Díez Muñoz, natural de Valdenebro (Soria) (cfr. AGP / PN Tomás González de Escobar, 15 de junio de 1648). Testamento de don Santiago Fierro Bustamante.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem.
[9] AGP / PN. Pedro Dávila Marroquí, 1 de junio de 1680.
[10] Por compras diversas a propietarios colindantes logró reunir una gran hacienda en San José (Breña Baja) cuya casa principal, fue pasto de las llamas en abril de 2008.
[11] Fernández de Bethencourt, Francisco: op. cit., tomo ii, págs. 870-871.
[12] AGP / PN. Notaría de don Cristóbal García Carrillo, 3 de febrero de 1890.
[13] AGP / PN. Hecho el 6 de junio de 1691 y protocolizado ante Pedro de Mendoza Alvarado el 9 de diciembre de 1694.
[14] Los prometidos solicitaron al obispo se les dispensara de las habituales tres amonestaciones para que «no se nos perturbe y malogre el intento, como en efecto lo tenemos» (Cfr.Pérez García, Jaime. Santa Cruz de La Palma: recorrido histórico-social a través de su arquitectura doméstica. Santa Cruz de La Palma: [Cabildo de La Palma; Caja General de Ahorros de Canarias; Colegio de Arquitectos de Canarias], 2004, págs. 57-58).
[15] Para ampliar la historiografía del templo remitimos a los trabajos titulados «La ermita de San Vicente en Velhoco» de las Patrullas nº 10 y 27 de «Misión Rescate», publicados en la revista Ecos del Santuario, en 4 capítulos, entre enero y julio de 1981.
[16] Protocolizado ante el escribano Andrés de Huerta Perdomo el 3 de noviembre de 1748.
[17] Pérez Morera, Jesús; Ortega Abraham, Luis y Lozano Van de Walle, Jorge. Magna Palmensis: retrato de una ciudad. Santa Cruz de La Palma: Caja General de Ahorros de Canarias, 2000, pág. 191.
[18] Ibídem.
[19] Calero Ruiz, Clementina: Escultura barroca en Canarias (1600-1759). Santa Cruz de Tenerife: Cabildo de Tenerife, págs. 274-279.
[20] Patrulla de Misión Rescate nº 10 de la Asociación Juvenil de Las Nieves: «La ermita de San Vicente Ferrer en Velhoco. Fundación en el siglo XVIII del sargento mayor don Francisco Ignacio Fierro y Monteverde», en Diario de Avisos, 24, 25 y 26 de abril de 1974.
[21] Ecos del Santuario (mayo-junio de 1981), pág. 7.
[22] «Fiesta de San Vicente Ferrer». Diario de Avisos, 27 de agosto de 1955.
[23] Falleció en Santa Cruz de La Palma el 15 de julio de 1701 en su domicilio de la calle Real del Tanquillo del Concejo. (Archivo Parroquial de El Salvador. Libro 4º entierros, fol. 283).
[24] Hijo de Matías de Abreu y Juana Hernández, vecinos de Los Sauces. Hizo algunos viajes a La Habana, tanto como capitán como maestre (cfr. Cioranescu, Alejandro. Diccionario biográfico de canarios-americanos. Tomo i. Santa Cruz de Tenerife: Caja General de Ahorros de Canarias, 1992, pág. 8).
[25] AGP / PN. Andrés de Huerta, 17 de marzo de 1689.
[26] Nombró primer capellán a Miguel Álvarez, clérigo de menores órdenes, y primer patrón a don Miguel Ventura de Abreu y Rexe, hijo de don Miguel de Abreu Rexe, y en su falta a doña Francisca de Abreu Rexe, mujer de don Pedro Salazar y Frías.
[27] AGP / PN, Andrés de Huerta, 25 de junio de 1691.
[28] Patrulla de Misión Rescate nº 10 de la Asociación Juvenil de Las Nieves: «Datos inéditos sobre cinco ermitas y cinco oratorios en Velhoco, la Dehesa y Mirca». En Diario de Avisos, 6 de diciembre de 1673.
[29] Pérez García, Jaime. Fastos biográficos de la Palma. Tomo ii. [Santa Cruz de La Palma]: Caja General de Ahorros de Canarias, 1990, págs. 8-9.
[30] Archivo Histórico Diocesano de La Palmas, Visita de don José de Tovar y Sotelo a la Palma, año de 1718.

martes, 28 de octubre de 2008

DE HACIENDAS, ORATORIOS Y ERMITAS: LAS MEDIANÍAS DE LA PALMA DURANTE EL ANTIGUO RÉGIMEN




La inmisericorde condena que, como espada de Damocles, pende sobre las medianías palmeras, convertirá, si no aflora la cordura, en recuerdo y nostalgia la bella y ancestral panorámica de lo que fueron espléndidas haciendas en las zonas de privilegio de la Isla, así concebidas por su clima, su paisaje y sus características edafológicas. El empecinamiento enfermizo en transformar, de manera drástica, para reclamo turístico elementos que por sus magníficas condiciones —¡qué paradoja!— podrían constituir uno de sus principales atractivos, además de la irreversible merma en el escasísimo espacio vital de un territorio sumamente vertical e inhóspito, no augura un futuro, precisamente, halagüeño. Pero ¿a qué insondable razón se debe tanto deterioro medioambiental y tanta mediocridad cultural subyacente que la produce? ¿será acaso la modernidad…el progreso…el signo de los tiempos?.
Tanta sinrazón precisaría de una profunda catarsis purificadora, un renacer de mentalidades e ideologías… al menos, una concienzuda y serena reflexión. Por ello proponemos una sencilla revisión histórica de algunas de las antiguas haciendas que formaron parte de una realidad económica y social de épocas pasadas, por ende, señas de identidad de toda una comarca, ahora malheridas por iniciativa de una administración que parece valorar la prosperidad de un pueblo en función de la superficie cubierta de cemento y alquitrán. Y en ese empeño aportamos este artículo, no como una relación exhaustiva de haciendas y propietarios —tarea que se nos antoja imposible por su amplitud y complejidad— sino como una visión global, aderezada con pinceladas ilustrativas, una recreada estampa, deliberadamente idealizada, de otro tiempo; un paisaje de ensueño, perteneciente a todos, patrimonio de futuras generaciones, del que unos pocos pretenden disponer.

Aunque las haciendas se localizan en casi todos los puntos de la Isla, su concepto se asocia, por lo general, con la zona de la periferia de Santa Cruz de la Palma (Velhoco, Mirca, Las Breñas, Mazo, etc.) —a ella nos referiremos con preferencia— fundamentalmente por dos razones: la primera por su cercanía a la ciudad capital, lo que las convertía en residencia veraniega ideal; en segundo lugar por la propia orografía del terreno —zona de medianías— que las hacía más rentables.
La visión de un panorama idílico desde la atalaya natural de Mirca cautivó al portugués Gaspar Frutuoso que visitó la Palma en el siglo xvi, y éste plasmó en su memoria de viaje: «el barrio de Miraflores (Mirca) se llama así, porque desde el se ven todos los vergeles, jardines y haciendas que hay en Buenavista y Veloco»
[1].
Es elocuente el comentario de Viera y Clavijo en relación a San Pedro de Buenavista: «es de los mejores lugares de La Palma, a donde pasan el verano muchas familias que tienen alli sus haciendas. Cielo despejado, campiña divertida, viñas y árboles frutales; pero agua solamente la que se recoge de las lluvias en aljibes y estanques de madera»
[2]
También es ilustrativa la cita de don José Tovar y Sotelo, en su visita cursada a la Palma en 1718, cuando al referirse a la ermita de San Miguel en Miranda comenta: «En esta hermita solo hay una memª de tres missas rezadas en dias señalados y en el verano se dicen algunas mas por devosn y comodidad de las personas q asisten en las hasiendas de aquel paraje»[3]
El cónsul británico Francis Coleman Mac-Gregor apuntaba en su viaje a la Palma (1831) refiriéndose al lugar de San Pedro de Buenavista: «los señores más distinguidos y ricos, titulares del mayorazgo, poseían sus casas de campo, donde tenían por costumbre pasar parte del verano»[4].
Las haciendas —mayores que las «heredades» o «propiedades»— tenían una estructura general bastante definida: una extensión suficiente de tierra sembrada de viñedos, árboles frutales o cereales aseguraría su rentabilidad económica. Es significativo el ejemplo del sargento mayor don Francisco Ignacio Fierro Monteverde, que tras adquirir una propiedad en San José de Breña Baja, la amplió en años sucesivos con compras de pequeñas extensiones (aproximadamente de una fanegada) de terrenos a varios de sus colindantes, modestos propietarios: Juan Domínguez (1709), Juan Pérez Vázquez (1711), Ignacio Martín (1712), y Francisca de Acosta (1720), entre otros.
En una zona privilegiada se levantaría una suntuosa vivienda principal de alto y bajo, que, en la mayoría de los casos, sólo era utilizada en verano, pues sus propietarios tenían la residencia principal en la ciudad. Esta casa se encontraba próxima al camino, pero guardando la distancia suficiente para garantizar su seguridad e intimidad (aproximadamente a unos 100 metros). A ella se accedía a través de una portada, almenada o sin almenar, que daba tanta solera y notoriedad al lugar como lustre a su propietario, y una estrecha vereda campo a través. En algunas ocasiones las haciendas se encontraban amuralladas, como puede observarse en los restos de antiguas paredes en las proximidades del Monasterio de El Cister en Breña Alta.
También era habitual la presencia de una bodega y un lagar, así como un aljibe (Tanque de madera de recoger agua) y una era, infraestructuras derivadas de una larga tradición dirigida a la producción y venta de cereales y vino.
La cocina era un elemento arquitectónico independiente, y a más distancia se encontraban las gañanías, casas de los medianeros y caballerizas, construcciones de estructura sólida (piedra, tea y teja), o más endeble (pajiza y de madera blanca).
Aún subsisten algunas edificaciones de los siglos xvii y xviii, como la casa «Fierro» de Breña Baja (b.i.c), erigida por el anteriormente nombrado don Francisco Ignacio Fierro Monteverde, que se cita en uno de los lotes de la partición practicada por sus herederos tras su muerte:

«…una Hazda de tierras de Pan Sembrar, viñas, arboles, dos cassas, una q llaman la cassa nueva de alto y bajo con lagar en la bodega, y la otra baja con su cosina y dos tanques de coger agua q esta en el lugar de Breña Baja, la q linda por delante Camino Real que sube y atraviesa a Las Ledas, por detrás asia Sn Joseph una serventia comun que baja de las Haciendas de arriba y divide esta de las contiguas, por abajo Camino Real qe ba a San Joseph y pr arriba Hazda de Dª Theresa Spiser y viña de los herederos de Antonio Gonsales de la Rosa, la cual hacienda compró y agregó a una dho Dn Franco Fierro por diferentes compras, apreciada en 37260 reales…»
[5]

En las cercanías de la Montaña de la Breña se encuentra la casa de dos plantas con oratorio que construyó en el siglo xvii don Nicolás Massieu Van Dalle y Vélez de Ontanilla en su hacienda
[6].


PROPIETARIOS Y JORNALEROS

La propiedad de la tierra en la Palma durante el Antiguo Régimen era privilegio de unos pocos, que acumulaban grandes extensiones para que fuesen rentables y como signo de preeminencia social pues a todo prohombre de su tiempo (nobles, regidores, jueces, escribanos, letrados, presbíteros, artesanos o pilotos de la carrera de Indias, entre otros) le apetecía poseer una finca de recreo —desde la más pura concepción epicúrea— en la periferia de Santa Cruz de La Palma
[7]. Además, eran frecuentes los gravámenes y disposiciones que pesaban sobre la tierra —censos enfitéuticos, capellanías, patronatos, mayorazgos, vínculos, etc.— que dificultaban su libre circulación en el mercado. Pocos campesinos disfrutaban de más de una fanega propia de tierra, pero algunos más afortunados lograban un status económico alto que les permitía la adquisición de algunas suertes, entre los que podría citarse a José Francisco Pestana, que a principios del siglo xviii acumulaba varios terrenos en Buenavista y San Pedro (de pan sembrar, malvasía y vidueño, gañanías, castañeros y pomares de árboles frutales)[8]. En parecida situación se encontraba Alonso García Camillón, de la misma vecindad, que declaraba en su testamento «una propiedad de viña y tierras con casa, lagar y tanque y un jorno de teja y una casa pagisa»[9].
En general, no era fácil que los campesinos lograsen subsistir de la agricultura o la ganadería si no era a sueldo de un propietario solvente. Jornaleros y «amos» recelaban mutuamente. Los primeros por su situación de dependencia, considerando su ímprobo trabajo poco remunerado, los segundos mirando a sus trabajadores como «vagos», que sólo pretendían obtener el máximo provecho con el menor esfuerzo
[10]. Pero lo cierto es que ambas clases sociales se necesitaban mutuamente. Los campesinos para disponer de tierra que no les abocase a la emigración; los señores, a fin de tener mano de obra para las labores propias de las haciendas.
La tierra no era, para los labriegos, solamente su medio de trabajo, sino además, con mucha frecuencia, su lugar de residencia —continua arraigada la vieja figura del medianero—, donde nacían sus hijos, y donde fallecían.
Ejemplo de lo antedicho lo podemos observar en los asientos bautismales de la parroquia de Breña Baja, durante los siglos xvii y xviii en que se menciona la vecindad de los padres en haciendas particulares hasta en un total de 65 inscripciones del periodo 1675-1709, correspondiendo a 30 haciendas citadas
[11]. Los inventarios notariales nos ofrecen una muestra de animales y herramientas de trabajo, como los que se localizan en la hacienda del licenciado Pedro Martínez, clérigo presbítero, en su hacienda de la Breña: «…sinco asadas=una jachita=una suela=una sierra de mano=dos podones=un escoplo=dos rexas para labrar las tierras=una yegua=un jumento=una silla de cabalgar con su freno=dos bueyes…»[12]
Otro presbítero, don Andrés González Jiménez, cura que fue de San Pedro de Breña Alta, gozaba de residencia fija en Buenavista junto al barranco de los Álamos, lugar en el que testó y falleció «en una hazda y cassas de su morada», que era descrita como «una heredad de tierras y arvoles frutales con dos cassas la una alta y sobradada y la otra vaya soallada y una cosina = dos paxeros y un tanque de madera de tea ya viejo»[13]. En una sala alta tenía el difunto su modesta biblioteca, y en una sala baja se inventariaron: tres bueyes, una vaca, dos novillos, un caballo, una potranca, una jumenta con su cría, un jumento y una oveja.


ERMITAS Y ORATORIOS

Durante el siglo xviii se erigieron en algunas haciendas pequeñas ermitas costeadas por los propietarios y vinculadas a un entorno que garantizase su continuidad en el tiempo. En 1705 fue construida la ermita dedicada a San Miguel Arcángel en Miranda (Breña Alta) por voluntad del licenciado don Carlos Doménego Montañés, con licencia otorgada el 16 de febrero de 1702 por don Bernardo de Vicuña y Zuazo, obispo:

«…damos lizencia al referido Lizdo Don Carlos Domenego Montañes para que pueda erigir y labrar y edificar en la dha jurisdiccion de la breña alta y hacienda de malvasia y vidueño la dha Hermita a la advocación del Archangel San Miguel, separada de las cassas que el susodho tiene en dha hacienda y con solo una puerta a la via publica a su propia costa y expensas y edificada y labrada dha Hermita quede y sea perpetuamente para el referido Lizdo Don Carlos Domenego Montañes sus heros y subcessores y descendientes, y tener el util patronazgo de ella como de cosa propia…»
[14]

En 1709 fue bendecida la ermita de San Juan en Belmaco (Villa de Mazo) promovida por el presbítero don Juan Fernández Yanes en una hacienda de viña, malvasía y vidueño de su propiedad, ubicada en el lugar conocido por Belmaco o Lomo Oscuro, siendo vinculada a una capellanía.
En 1723 abrió sus puertas la ermita de San Vicente en Velhoco, construida por iniciativa del propietario de la hacienda, don Francisco Ignacio Fierro y Monteverde, cediéndola al pueblo por su testamento de 1748:

«...q en la Hacienda de Veloco vinculada emos plantado toda la viña de Malvª q oy tiene, cercandola y aparedonandola, reedificando y hecho de nuevo, en la mayor parte la lossa de la vivienda y fabricado desde simientos una Hermita dedicada a nro. Gran Patrono Sn Viçente Ferrer con sacristia y Gabinete y todo lo neceçario para el culto divino../...y pr çeder dha Hermita y obra en beneficio común de aquel Pueblo y genl deboçion de muchos q viçitan al glorioso Sto en ella; emos hecho dictamen y orden q pr esta rason no se le cargue cosa alguna...»
[15].

En 1761 fue abierta al culto la ermita de Nuestra Señora de los Dolores en Lodero, debida a la generosidad del presbítero don Tomás de Aquino Fernández Riberol en una Hacienda de viña, cassas de vivienda, cassas de medianero, Bodega, lagar, tanque, cossina y demas a ella anexo y pertenecte que esta en el lugar de Masso donde dicen Lodero que linda toda ella con caminos reales
[16]. El fundador manifestaba en su testamento[17] haber sido de su cuenta todas las construcciones (viviendas, bodega, lagar, cocina y tanque de recoger agua) de la finca, así como la plantación de viñas y árboles frutales.
También en la Villa de Mazo, en 1788 el presbítero don Domingo Lazcano Yanes y Monteverde erigió una modesta ermita en una hacienda de viña, árboles y tierras de sembradío ubicada en El Mocanal perteneciente a su madre, doña Beatriz Yanes y Monteverde, a la advocación de Santa Rosalía.
Era frecuente que las casas principales dispusiesen de una dependencia como oratorio privado cuyo uso era reservado a la familia de los propietarios, a diferencia de las ermitas, aunque para celebrar en ellos el sacrificio de la misa fuese preceptivo habilitar puerta al camino público, denegándose en caso contrario como sucedió con el de la hacienda del licenciado don Simón de Frías Coello, abogado de la Real Audiencia, en el Zumacal:

«..Abia en este distrito un oratorio Particular en las casas de la hazienda del Licdo Dn Simon de frias y coello, abogado de la real audiencia destas ysla, esta suspenso el uso del por no tener la puerta al camino puco conforme el breve sobre que ay despacho de su Sria Iltma el obpo mi Sr en poder del lizenciado Don melchor Brier y monteverde vicario y Jues de quatro causas desta ysla, por cuia causa no se visito en esta visita. No ai en este distrito mas ermitas ni oratorios…»
[18]

Algunos propietarios subsanaron esta circunstancia, tras el veto inicial, como ocurrió con el oratorio del capitán don Gaspar de Olivares Maldonado en su hacienda:

«…Vicitose un oratorio questa en la hazienda del Cappn Don Gaspar de Olivares Maldonado y se hallo desente y con mucho aseo y todo el Recato necesario para selebrar el santo sacrificio de la misa, fabricose con buleta del Iltmo Sor nuncio de su santidad en los reinos de España, y despacho y lizenzia del ordinario, justificada la calidad de la asistencia a la maior parte del año en dha hazienda, y por no tener puerta al camino Real lo suspendio su Sria Yltma el obpo mi Sor, y despues por comision suya, lo visito el lizdo Don Melchor Briel y Monteverde, vicario y jues de quatro causas de esta Ysla y hallandolo con nueva disposicion de puerta al camino, lo aprovo y se esta usando del, y dura por el tiempo de la vida y de asistencia de la mayor parte del año en la hazienda del dho Don Gaspar de Olivares…»
[19]

El uso de los oratorios era, en muchas ocasiones, limitado en el tiempo, por lo general, durante la vida de los propietarios, clausurándose después. Así, en la visita de don José de Tovar y Sotelo a la Palma (1718), respecto a Breña Alta, manifiesta que había tres oratorios, ya extinguidos y sin uso, uno el de don Juan Ignacio Fierro en su hacienda de Velhoco, en el que sólo decían misa los regulares. El de la hacienda de doña Úrsula de Urtusáustegui, viuda del sargento mayor don Gaspar de Frías, por haberse pasado a vivir a la Isla de Tenerife, y el tercero en la hacienda del capitán don Juan Massieu por haberse rematado y pasado a tercera posesión.
También disfrutaba de oratorio doña Josefa Albertos Martínez, hija de don José Albertos Álvarez: «declaro que la citada hacienda de Breña Baja de los quatro caminos se halla un oratorio que fabrico el sitado mi padre con los ornamentos que binieron de España que me remitio mio tio Dn Lorenzo de la Cruz Garcia que se compone de un calis Patena, Casilla de Floron, Alva con su encaje, Misal y Atril»
[20]

Se puede intuir que en algunos de estos oratorios se celebraron matrimonios, o al menos en casas particulares, como se refleja en algunos asientos inscritos en el libro 2º de casamientos y velaciones de la parroquia de San Pedro Apóstol, entre 1713 y 1730, periodo en el que contraen matrimonio 12 parejas en viviendas de nobles
[21]. Se sabe con certeza que así ocurrió en las nupcias del coronel don Nicolás Massieu, celebradas en Velhoco el 8 de agosto de 1745[22] en un oratorio de la hacienda de don Pedro de Sotomayor Topete, su suegro, estando en general visita el obispo don Juan Francisco Guillén.


HACIENDAS CON NOMBRE PROPIO

Revisando con detenimiento miles de escrituras notariales de diverso contenido podríamos dibujar el esbozo de un complejo y mutante mapa de haciendas, heredades, suertes tierras, propiedades, sitios, cercados, huertas o viñas; además de una incesante relación de propietarios asociados, en una auténtica encrucijada de barrancos, caminos reales, serventías y paredones de piedra cuya visión global requeriría un estudio de mayor extensión y profundidad. Según el lugar y la época pueden proliferan más o menos cultivos, por ejemplo, las haciendas de viña, malvasía y vidueño son generalizadas hasta el siglo xvii, pero según avanza el siglo xviii se encuentran más parcelas de pan sembrar, tierras calmas, pomares, morales, higueras y árboles frutales en Buenavista, Breña Baja y Velhoco, que sustituyen a buena parte de los viñedos otrora dominantes como consecuencia de la pérdida de los mercados del vino. En torno a la Iglesia parroquial de San Pedro Apóstol proliferan cada vez más los cereales, y en las zonas más altas de Los Álamos y el barranco de Juan Mayor, aparecen castañeros. Los documentos de mediados del siglo xix revelan la drástica desaparición de viñas, vidueños, lagares y bodegas, por lo que las haciendas son descritas, por lo general, como tierras de pan sembrar con nopales y aljibes de madera de tea.
Dos de las familias más poderosas de La Palma durante el Antiguo Régimen —Fierro y Massieu— disfrutaban de diversas propiedades muy repartidas entre las medianías. Así Velhoco fue feudo tradicional de la familia Fierro-Monteverde. Don Juan Fierro Monteverde y su esposa doña Tomasa de Espinosa Boot y Valle, instituyen un mayorazgo con facultad real sellada en Madrid el 15 de noviembre de 1671 en el que se incluía: «una propiedad de viñas y Malvaçia y tierras de pan sembrar en el termino de beljoco con cassas lagar y tanque»
[23].También en Velhoco tenía su hacienda el maese de campo don Miguel de Abreu Rege, en la que fabricó una ermita con el título de Nuestra Señora de la Soledad[24], hoy desaparecida.
La zona de Las Nieves, estuvo vinculada a la familia Pinto. En 1644, el capitán don Bartolomé Pinto, mayordomo de la ermita de las Nieves
[25], da a tributo a don Diego de Guisla Vandeval:

«…la viña con sus arboles casas y lagar todo lo demas anexo según y como pertenece a la dha hermita y camino real que ba a el Rio y por arriua con viñas y rriscos de mi el dho capitan Bartolome Pinto y por un lado lo mismo y por el otro lado que mira a el barranco con biña del capn pedro beltran de Santa Cruz…».

En la lomada siguiente hacia el sur se encontraba la Hacienda del Río, que perteneció, mediado el siglo xvii, al capitán Andrés Lorenzo Salgado, apreciada en 49.000 reales:

«…la hazienda del Rio con su casa que sirve de bodega de tea cubierta de texa y casa de mayordomo de la misma calidad, lagar y una cassa en paredes algunas caidas con nuebe toneles de Recoxer mosto nuebos y quatro mas biejos, siete pipas vandadas y un pipote con todas las viñas de malbasia y bidueño, tierra calma, arboleda y tierras montes de dentro y fuera de la cerca y quanto es anejo y pertenesste a dha propiedad y ay en aquella parte que linda todo ello por aRiva la cumbre, por avajo el molino del capn D Andres de Valcarcel y Lugo, por un lado el barranco del Rio y por el otro el barranco que dicen de quintero…»
[26]

Miranda, en Breña Alta, era una zona especialmente apetecida. La hacienda situada en este lugar, frente a la ermita de San Miguel, perteneció en el siglo xvii a Juan del Monte Oliva, rematada el año de 1700 en pública subasta por don Francisco Jerónimo de Guisla y cedida ese mismo día al capitán don Antonio Guillén de Burgos (casado con doña Antonia de Araujo). Durante varias generaciones continuó en la misma familia, pues pasó en partición
[27] a Miguel Spicer (casado con Francisca María Guillén, hija de los anteriores), valorada en 21.598 reales. De Miguel Spicer pasó a su hija Leonor Margarita Spicer (casada con don Juan José Smalley) como dote por su matrimonio[28], y de ésta a su hijo Domingo Smalley[29]. Lo más reseñable de esta propiedad es la caldera de aguardiente que se menciona varias veces entre 1741 y 1785, reflejo de una actividad que tuvo gran auge durante el siglo xviii para la exportación a Indias
En la misma zona, al otro lado del camino real, la hacienda de San Miguel, así llamada por contener una ermita de dicha advocación, constituye un magnífico ejemplo de propiedad que, durante dos siglos, hasta la supresión de los vínculos, pasó en la familia Doménego Manrique de Lara y Echeverría, y con posterioridad en la familia de Mateo Bravo que la adquirió en 1841.
Muchas tierras de Buenavista y Miranda pertenecieron a la familia Castilla. En esta última comarca tenía su hacienda don José Fierro Espinosa Boot y Monteverde (1652-1706), que le cedieron sus tías, doña Beatriz y doña Magdalena de Castilla y Miranda:

«…una propiedad de tierra de pan sembrar, arboles frutales y una latada de viña, con su casa de alto y vajo, y tanque de recoger agua y lo mas anejo y pertenecte a ella q esta en la Breña Alta que dizen Miranda q seran nueve fans poco mas o menos y linda pr arriba camino real, pr avajo hazda de Dn Teobaldo Yrlandes, pr un lado callejón o serventia y pr el otro hazda de Dn Germo de Guisla y de Dn Rafael Smalley…»
[30]

No cabe duda de que las haciendas, en especial en la zona de las Breñas, constituyen todo un referente histórico. De su relevancia son buena muestra las denominaciones populares con las que eran conocidas: tierras de las Vallejas, hacienda de las Timudas, hacienda de Pina, hacienda de las flores, entre otras. Merecen ser destacadas algunas en particular, como la hacienda Massieu Campos Castilla (en Breña Alta) que fue del licenciado Pedro de Campos): «una heredad de biña y tierras con sus casas, lagar y tanque y lo demas a ello anejo y perteneciente en el terno de la breña alta lindando por una parte el baranco de los aduares y por la otra biña de gaspar Rodrigues prieto y por los otros dos el camino que va a la otra vanda»
[31].
La hacienda llamada La Gloria, situada en Buenavista, perteneció en el siglo xvii a don Juan Fierro Monteverde y su esposa doña Tomasa de Espinosa y Valle, e incluía un oratorio en su vivienda principal. En ella se fundó el monasterio de El Cister en 1946 por doña Dolores Van de Walle y Fierro, Marquesa de Guisla-Guiselin.
La hacienda ubicada en el risco de la Concepción fue propiedad en el siglo xvii de los hermanos Matías y Pedro de Escobar Pereira (obispo electo de San Juan de Puerto Rico). En la partición de bienes por muerte del capitán don Francisco Alfaro y Franqui y doña María de las Angustias Poggio y Valcárcel
[32], efectuada en 1796[33], se valora en 28.694 reales y se describe como:

«…una hacienda de tierras de sembrar, con sus cassas, Alpendre pª bestias, aljibe de recoger agua y arboles que esta en el pago de Buenavista contigua a la Hermita de Nra. Sª de la Concepción del risco con quien linda por un lado callejón que ba a dha Hermita, por el otro tierras de Josefa Maria Fierro, por abajo camino real y por arriua el time y aguas bertientes al Galeon de la Caldereta…».

Lindando con esta propiedad, hacia el norte, se encontraba la llamada Hacienda de Yanes, en el Masapés de Breña Alta, que perteneció en el siglo xvii a don José Fierro y Espinosa y doña Ana Teresa Massieu y Vélez
[34].

Pero no todo lo relativo a las haciendas es brillante y plácido pues a veces supone adentrarse en un oscuro mundo de subterfugios, de encarnizados conflictos interfamiliares o intrafamiliares, y de enconados litigios judiciales por obtener o recuperar la posesión, pues no olvidemos que el disfrute de algunos conlleva, indefectiblemente, la codicia de otros que no escatiman esfuerzos ni artimañas por conseguirlas. Así recordamos como desde que, mediado el siglo xvii, don Jacinto Doménech Benítez Valera obtuvo por enfiteusis la hacienda de San Miguel en Miranda, una serie de conflictos concatenados se han sucedido en ella. El primero cuando don Francisco García Briñes obtuvo la finca por embargo judicial del mencionado don Jacinto, siendo recuperada en la misma vía para la familia por su sobrino y heredero, el licenciado don Carlos Doménego Montañés. El segundo, como consecuencia del desacuerdo entre este último y Apolonia Rodríguez, madre natural de Felipa Doménech (hija de don Jacinto Doménech). El tercero, como larga causa judicial interpuesta, mediado el siglo xviii, por don Salvador Doménego Manrique de Lara, contra sus tías, doña Catalina y doña Ana Doménego, hermanas y herederas del nombrado presbítero, don Carlos Doménego Montañés.
En 1856 la hacienda de San Antonio perteneció a don Luis Van de Walle y Llarena, marqués de Guisla. Según parece, el 5 de febrero de 1856, éste cedió la hacienda, que contenía una ermita a la advocación de San Antonio y Nuestra Señora de las Maravillas, como crédito de unas deudas pendientes a don José Abreu Luján. Pero acto seguido el marqués denunció ante el juzgado que la cesión había tenido lugar bajo amenazas y a punta de cuchillo por el prestamista. Tras un largo pleito de sentencias y apelaciones, se resolvió un fallo favorable a don José Abreu Luján
[35]. Esta magnífica hacienda había pertenecido a principios del siglo xvii a don Pedro de Escudero Segura (en ese tiempo con extensión de 32 fanegadas) que fabricó en ella la citada ermita, vendiéndola con posterioridad a su hermana doña Leonor[36]:

«…una heredad de biña que tengo y poseo en el trno de la breña de abaxo que era cantidad de treinta y dos ffanegadas poco mas o menos con toda la tierra calma y sumacal que entre de ella esta con todos los arboles frutales que tiene y quatro casas de tea y texa el una aforrada y soallada y otras casas cubiertas de paja, dos tanques y un lagar…»
[37].

El maese de campo don Ventura de Frías Salazar la adquirió, haciendo diversas mejoras, tanto en la hacienda como en la ermita y con posterioridad fundó un vínculo
[38].


SUPRESIÓN DE VÍNCULOS Y MAYORAZGOS

Con la supresión de los vínculos y mayorazgos, mediado el siglo xix, las haciendas sometidas a este régimen comienzan a experimentar una progresiva fragmentación. Los propietarios, que hasta entonces sólo disfrutaban del usufructo y las rentas de la tierra, ven ahora la posibilidad de enajenarla. Para muchos de ellos —algunos ni siquiera tenían su residencia en la Isla— estas suntuosas heredades, administradas por medianeros y personas de confianza, sólo eran una pesada losa de la que querían desprenderse, obteniendo el mayor rendimiento posible.
Los «indianos» llegados de las colonias de ultramar con abundante caudal eran óptimos compradores, en primera instancia, de extensas superficies. Así, don Ramón de Echeverría y Bueno, propietario de la hacienda y la ermita de San Miguel en Breña Alta, residente en La Gomera, traspasa el 25 de febrero de 1841
[39] su propiedad a Mateo Bravo, emigrante que retorna a su pueblo natal después de haber hecho fortuna en La Habana. Doña Luisa y doña Josefa Fierro Van de Walle, hijas del último poseedor del vínculo, venden la hacienda de San Vicente en Velhoco a Antonio Díaz González[40] que desea avecindarse en aquella comarca tras su llegada de Artemisa.
Sebastián Álvarez Rodríguez, a su regreso de «La Perla del Caribe», adquirió diversas propiedades en Breña Alta, entre ellas, una hacienda en Buenavista de Abajo, valorada en 30.360 reales, donde se estableció: «…Una hacienda de tierra pan sembrar, arboles, nopales, con casas y aljibe…»
[41].


NOTAS

[1] Frutuoso, Gaspar. Las Islas Canarias (de “Saudades da Terra”). La Laguna: Instituto de Estudios Canarios, 1964, pág. 122.
[2] Viera y Clavijo, José de. Noticias de la Historia General de las Islas Canarias, Santa Cruz de Tenerife, Goya Ediciones, tomo 1, pág. 403.
[3] Archivo Histórico Diocesano de Las Palmas. Visita del Doctor don José Tovar y Sotelo a La Palma, 1718, fol. 75.
[4] Petisco Martínez, Sonia; Poggio Capote, Manuel. «Año 1831: el cónsul británico Francis Coleman Mac-Gregor explora La Palma». En Revista de Estudios Generales de la Isla de La Palma, Nº 1 (2005), pág. 511.
[5] A[rchivo] G[eneral] de la P[alma] /P[rotocolos] N[otariales] / P[rotocolos] N[otariales], Bernardo José Romero, 1779, fol. 450.
[6] Fernández García, Alberto-José. «Historia de Breña Baja. Las casonas». En Diario de Avisos, 20 de enero de 1975.
[7] El escocés George Glas, en su obra de 1764, escribía: «la gente distinguida toma el aire montando a caballo».
[8] Además de declarar en su testamento una esclava negra de nombra Clara, había dejado 1000 reales para la procesión del Santo Entierro en San Pedro, y 500 reales para ayuda de dorar el retablo mayor de dicha iglesia (AGP / PN, Andrés de Huerta Perdomo, 23 de septiembre de 1730)
[9] AGP / PN, Antonio Vázquez, 13 de noviembre de 1742.
[10] Rodríguez Benítez, Pedro José. Hambre de tierras. Atraso agrario y pobreza en La Palma; una crisis de larga duración. Santa Cruz de Tenerife: Editorial Idea, 2004.
[11] Lorenzo Tena, Antonio. «La población de Breña Baja (1637-1761)». En Revista de Historia Canaria, nº 184 (2002), págs. 217-239.
[12] AGP / PN, Andrés de Chávez, 18 de octubre de 1645.
[13] AGP / PN, Pedro de Mendoza Alvarado, 26 de septiembre de 1687.
[14] A[rchivo] P[arroquial de San Pedro Apóstol de San Pedro de] B[reña] A[lta]. Libro de Testamentos, protocolos, mandas pías. Año 1625. Protocolo núm. 34, fol. 79 vto.
[15] Protocolizado ante el escribano Andrés de Huerta Perdomo el 3 de noviembre de 1748.
[16] AGP/ PN, Francisco Mariano López Abreu, 17 de junio de 1782.
[17] AGP / PN, Miguel José Acosta, 31 de octubre de 1765.
[18] Archivo Parroquial de San José de Breña Baja. Comenzado en 1680, fol. 9 vto.
[19] Archivo Parroquial de San Blas de Mazo. Libro de visitas comenzado en 1680, fol. 10.
[20] AGP / PN, José Manuel Salazar, 9 de marzo de 1820.Testamento de doña Josefa Albertos Martínez, soltera, hija de don José Albertos Álvarez y doña María Jerónima Martínez García.
[21] APBA. Libro 2º de matrimonios, fols. 41 vto. al 70 vto.
[22] Archivo Parroquial de El Salvador. Libro 6º de matrimonios, fol. 36 «…el Yltmo Señor Dn Juan Franco Guillen obpo destas Yslas quien hallandose en Santa Genl Visita de esta Ysla de la Palma y en el Santuario de Nra. Sra de las Nieves, passo al lugar de Breña alta a terminar su Santa Visita y con este motivo passo por el pago de Belhoco y auiendo ynstado al passo diferentes personas a su Yltma pª q les visitasse personalmte el oratorio, que en dho parage tiene en su casa Dn Pedro de Sotomayor, condescendio dho Sr Yltmo visitando dho oratorio y en el a ruego de los ynteresados y (estando en dha casa para celebrar el matrimo) Su Yltma desposo por palabras legitimas a Dn Nicolas Massieu Salgado hijo legmo del Coronel y Govor de las armas desta Ysla Dn Nicolas Massieu y Montevde y de Dª Antonia de Campos y Montevde Coniuges, y a Dª Clara de Sotomayor hija legma de Dn Pedro de Sotomor topete y de Dª Catalina de Sotomor topete. ..»
[23] AGP. / PN, Pedro Dávila Marroqui, 1 de junio de 1680.
[24] AGP / PN, Pedro de Mendoza Alvarado, 30 de julio de 1694.
[25] En su testamento «declaro que a tiempo de dosse o trese años que yo soy mayordomo de la hermita de nra. Señora de las niebes donde al presente estoy y que yo he hecho la cassa de ospederia alto y bajo de ella y vestido la sacristia y hecho los reparos nessesarios» (AGP / PN, Andrés de Chávez, protocolizado el 2 de noviembre de 1660).
[26] AGP / PN, Juan Alarcón, 1 de agosto de 1672.
[27] AGP / PN, Andrés de Huerta Perdomo, 5 de febrero de 1744.
[28] AGP / PN, José Albertos Álvarez, 25 de julio de 1743.
[29] AGP / PN, Francisco Mariano López Abreu, 6 de abril de 1785.
[30] AGP / PN, Pedro de Escobar y Vázquez, 28 de junio de 1796.
[31] AGP / PN. En el inventario tras su muerte (Andrés de Chávez, 17 de enero de 1640).
[32] Su hijo don Felipe Alfaro, declara en su testamento otorgado ante Felipe Rodríguez de León de 11 de diciembre de 1821, declara que la casa dispone de oratorio.
[33] Protocolizada ante José Manuel Salazar, 19 de junio de 1825.
[34] Pérez García, Jaime. «La llamada Hacienda de Yanes en el Masapés de Breña Alta». En Diario de Avisos, 12 de junio de 2007.
[35] Pérez García, Jaime. Casas y familias de una ciudad histórica. Santa Cruz de La Palma, 1995. pág. 182.
[36] AGP / PN, Pedro de Escobar y Fleitas, 29 de mayo de 1626.
[37] AGP / PN, Domingo Pérez, 31 de julio de 1638.
[38] AGP / PN, Juana Alarcón, 25 de junio de 1653.
[39] Archivo Histórico Provincial de Tenerife. Protocolo de Manuel de Castillo, 25 de febrero de 1841.
[40] AGP / PN, Cristóbal García Carrillo, 3 de febrero de 1890.
[41] AGP / PN, Antonio López Monteverde, 7 de noviembre de 1864.